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Xunqueira de Ambía. Albergue
Uno de los pocos tramos de camino hasta Ourense
Tanto asfalto obliga a continuos reagrupamientos

Seixalbo, pueblo que aparece más arreglado, y en el que encontramos otro crucero que resulta ser una joya del plateresco


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Xunqueira de Ambía – Castro Dozón (1/3)

5 de julio de 2011

Somos los últimos en levantarnos. He dormido bien, a pesar de una sonata a tres voces que amenizó el primer sueño. Es curioso como los ronquidos de la gente terminan por acompasarse y cogen el ritmo dominante. Durante la noche, a partir de las cinco de la madrugada, los peregrinos que van a pie, se han ido levantando poco a poco y en relativo silencio. Mi vecina de litera y su acompañante, son los primeros en iniciar el camino. Otros, que han estado en silencio en la habitación, hablan con voz más alta en la cocina – salón del albergue. Alguno, tampoco tiene especial cuidado con las puertas de los armarios, que retumban como truenos al cerrarse. Frente a mí, un extranjero de bastante edad, termina de acomodar su mochila.

Cuando me empiezo a vestir, se acerca un ciclista andaluz para pedirme las llaves de los candados. Yo no sé de qué va el asunto y, José Luis que lo oye, me avisa notablemente dormido, que ayer las candaron todas juntas. Se levanta y suelta la bici de este hombre que prosigue ruta con sus alforjas después de comentarme que tuvo que ponerse el mp3 hasta que se le acabaron las pilas para no oír la sonata.

Salgo a la calle para ver qué día hace. Está nublado y la mañana es fresca. Debemos tener en cuenta que cuanto más al oeste estamos, más tarde amanece y más tarde anochece. La diferencia es de más de media hora y eso se nota bastante. Poco a poco y con calma, van apareciendo el resto de participantes  en la ruta. ¡Qué caras!, como para una película de terror. Cada día al levantarnos se evidencian más dos grupos: los yayos, que no nos importa madrugar y nos levantamos antes de que suene el despertador y los demás, que no se levantarían nunca y parece que los aten a la cama o la litera.

Como en días anteriores, comemos algo de pastas y bollería alrededor de la furgoneta. El portón trasero de la misma se convierte cada mañana, en un improvisado self-service con un continuo ir y venir en busca de alimento y bebida. Michel, César y yo, como cada mañana, repasamos el mapa para ver donde nos encontraremos con la furgoneta.
 

Nos ponemos las últimas prendas de acuerdo al fresquito matinal, encendemos los GPS y partimos en dirección a Xunqueira de Ambía. Cruzamos el pueblo desierto y al salir de él tenemos la primera duda, ya que una señal escondida, hace que nos saltemos ligeramente el camino. Rectificamos con prontitud y el camino nos lleva a una carretera local, justo antes del puente de piedra por el que cruzamos el río Arnoia.
 

Las flechas y mojones de granito -a los que les han quitado todas las placas indicativas de distancia- nos llevan por una carretera de buen asfalto y rodeada de árboles y vegetación baja.  Salvo por algún escaso repecho, el camino discurre en bajada y nos permite un pedaleo fluido y en grupo.

Muy pronto, llegamos a Outerelo y a A Pousa. En realidad no hay separación entre ambos. En A Pousa está la capilla dedicada a la Virgen del Camino y volvemos a ver numerosos hórreos. En el avanzar de la ruta nos vamos encontrando con los peregrinos menos madrugadores, que avanzan a buen paso por el asfalto y a los que deseamos buen camino.

Los pueblos empiezan a sucederse continuamente, con indicaciones a otras aldeas cercanas y diminutas que salpican toda la geografía local. Atravesamos Salgueiro, cuando adelantamos a una pareja de peregrinos y vemos un cartel que nos indica los 17 km que quedan a Orense y la dirección a seguir. Las flechas nos hacen salir de la carretera para atravesar Gaspar, pero a pocos metros nos meten de nuevo en ella. Los pueblos se suceden continuamente sin dar tiempo a saber si hemos salido del anterior. Pasamos por A Veirada donde, tras adelantar a más peregrinos, cruzamos un puente sobre el ferrocarril que nos acompaña desde hace días y desde donde ya podemos contemplar el amplio valle, verde y sembrado de aldeas por todas partes, que se abre a nuestra izquierda y que permite adivinar donde se encuentra la capital. Siempre en descenso, llegamos a Ousende y enseguida a La Neta, donde en el radio de 300 m identifico más de seis aldeas, es una locura. Me imagino a los carteros o repartidores buscando cada lugar, que además se repite con el mismo nombre en más de una ocasión y solo se diferencian por el apellido del pueblo que indica el concello al que pertenece cada uno de ellos.

En la Venda do Río, entramos en el concello de Taboadela. Reagrupamos un momento y llamamos a César para indicarle que no pasaremos por el pueblo de Taboadela, donde habíamos quedado, y nos citamos en Ourense para evitar problemas ya que avanzamos muy rápidos y llegaremos allí pronto, al menos eso espero. Los siguientes pueblos del recorrido pasan sin cesar, Pereiras, A Castellana, donde tras una rotonda muy jacobea, hay una zona de descanso para el peregrino y unos mapas para ver las posibles salidas desde Ourense. En este punto, entramos en una zona industrial desde el que salimos a una carretera más amplia y transitada que nos cuesta un buen rato cruzar hasta que Tere y Manolo deciden usar un cercano paso de peatones. Sobre la acera, vemos unas conchas amarillas sobre un carril bici que seguimos y que nos lleva a Reboredo, Cumial, donde junto a un crucero, tenemos una disyuntiva; Seguir el camino que tengo marcado en el GPS o seguir las flechas recién pintadas que nos mandan por otro lado. Como ya decidimos el primer día, seguimos las flechas amarillas que nos llevan, por un camino asfaltado y en descenso pronunciado que luego se transforma en camino de tierra mal conservado, hasta una vía de tres carriles.

Como es habitual, todos los cruces de carretera son en medio de curvas, y en este caso, bastante peligroso. Dos de nosotros se alejan del paso para controlar cada carril y avisar de cuando podemos cruzar seguros. Descendemos unos metros por el asfalto y salimos a la derecha para llegar a la ermita de Santa Águeda. Al acercarnos a sus proximidades, vemos que el camino cruza las vías del tren. Unos las cruzan, pero los más prudentes, damos un rodeo por la carretera y nos reagrupamos al final de una curva, cuando las señales nos indican que debemos cruzarla de nuevo. Si el paso anterior era malo, este es peor y aumentamos más si caben las precauciones.

Entramos en Seixalbo, pueblo que aparece más arreglado, y en el que encontramos otro crucero que resulta ser una joya del plateresco. Descendemos por asfalto hasta que vemos un cartel que indica “Camiño Real”.
Desde este punto, una larga avenida nos introduce en Ourense. Bajamos agrupados con cuidado de no perder las señales, pero son imposibles de seguir. Deben estar bajo los coches aparcados a los lados y no vemos ninguna, en farolas o señales de tráfico, como suele ser habitual. Nunca me ha gustado atravesar ciudades grandes ya que, en general, suelen tener un gran desprecio a los que realizamos este tipo de rutas, muy al contrario de los pequeños pueblos que atravesamos y que siempre se muestran amables. A esto unimos que, cuando hay señales, casi siempre te llevan a direcciones prohibidas.

En un semáforo en rojo, mientras esperamos, cruza la calle una joven vestida de rojo con una impresionante minifalda que, salvo a la avergonzada Tere, hace ver la “Luz” a más de un gato maullador.

 

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